Puerto Vallarta, Jalisco.- Todos como personas nos acompañamos de demonios, monstruos que nos perturban la vida definen nuestro destino como individuos.
Para los psicólogos, los “demonios” son los culpables de moldear nuestra conducta y fundamentan la lógica de nuestro comportamiento, estos pueden ser representados como traumas o emociones que fueron ocasionadas como respuesta a un hecho, a una experiencia estresante y que ocasionan síntomas físicos y emocionales que moldean el carácter de las personas y los acompañan hasta el día de su muerte.
Durante el desarrollo de la vida de cada hombre, las experiencias vividas forjan el carácter que lo definirá como persona, como ciudadano, como miembro de una comunidad con una tarea específica, sea buena o mala, positiva o no, por lo que es importante que el desarrollo de cada persona vaya acompañada de una familia comprometida, de un grupo de amigos responsables y una mentalidad preparada para enfrentar los monstruos emocionales del rencor, la vanidad, la envidia, la ambición, la lujuria incluso, etc.
Me hubiera gustado escribir la historia de mi Charming Prince enfrentándose a demonios de carne y hueso, de batallas épicas con los dragones de mi película en la que incluyo los más aterradores y mortíferos monstruos que cualquiera pudiera enfrentar con una espada forjada con el valor divino y ondeada con la valentía de un hombre, de un mortal; no fue así, mi príncipe enfrenta otro tipo de demonios.
El Príncipe de mi historia desarrolla hoy su vida bajo la sombra de un rey que luce enfermo y aletargado ante su responsabilidad, el Rey se hizo rodear de una ayudantía formada por un grupo de personas a las que colocó en esa posición más por su cariño que por su eficacia, por lo que el reinado adolece de un futuro prometedor. Traslúcido y endeble, el reinado se tambalea sin que el Rey se entere, en los límites del reino se desencadenan levantamientos rebeldes, se afilan las hachas, se humedecen las antorchas con combustible y los hombres se despiden de las mujeres y sus pupilos mientras se preparan para una batalla por la recuperación de su dignidad.
El Príncipe juega como una pieza clave en el desarrollo de estas historias pero el Rey no cuenta con que el portador de su sangre y apellido mantiene una batalla cotidiana con un trastorno mental caracterizado por los estados de ánimo volubles, comportamiento y relaciones inestables llamado Trastorno Limítrofe.
No se conoce con exactitud la causa de este trastorno de personalidad que se le ha diagnosticado al Príncipe pero suele estar basado en los síntomas: inestabilidad emocional, sentimientos de inutilidad, inseguridad, impulsividad y dificultades en las relaciones sociales.
Hoy en día, estre trastorno se trata con terapia conversacional y, en algunos casos, medicamentos. Cuando los síntomas son graves, la hospitalización puede ser de ayuda.
El caso del Príncipe es grave, los monstruos con los que se enfrenta todos los días lo han llevado a desobedecer al Rey y maltratar a los gobernados. El Príncipe se ha relacionado con los malos, ha dado órdenes hacia el interior del reinado para desestabilizar la vida de las personas con la única justificación de ser motivado por un complejo de persecución que en su cabeza le coloca a las personas banderas de color distinto a las del escudo del Rey, su padre.
Observa a todos como sus enemigos mientras manipula a los conserjes, al confesor e incluso a los miembros de la familia real.
Los dragones a los que enfrenta el príncipe están más relacionados con sus alucinaciones que con la realidad y desenfunda su espada ante cualquier movimiento que considere él como amenaza.
No ha entendido su posición y ha afilado los dientes de los monstruos que lo acompañan sin darse cuenta de que el ataque de estos vendrá contra él y no contra sus enemigos; su peor enemigo es él mismo.
El desarrollo de la vida del príncipe fue complejo e indudablemente corrosivo para su personalidad. El Charming Prince que ni “Charming” ni “Prince”, creció acomplejado por sus alucinaciones, por la fantasía de verse como rey mientras convivía con otros que sí fueron príncipes de sangre azul y que sostuvieron su posición y se mantuvieron a la altura de la responsabilidad mientras él de nutría de celos, de envidia y frustración por lo que hoy se agudizan sus síntomas y desenfunda su espada contra los gobernados por su padre.
La tarea del príncipe debería ser fácil, disfrutable y provechosa para darle sentido a su vida, para un futuro eexitoso al lado de un Rey que desespera por ver a la familia real desarrollarse con respeto, con admiración y observando en el horizonte las consecuencias de sus actos.
Sólo son tres años y el príncipe suma enemigos y desarrolla a sus propios demonios para terminar carcomido por sus propias emociones.
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