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  • Héctor Colín

Tragos para Llevar




Alguien se adelantó a adivinar cómo sería la fiesta y sospechosamente pidió sus tragos en vaso desechable.


El gobiernito municipal de Puerto Vallarta se ha convertido en una fiesta de pueblo en la que se derrochó el dinero y nunca se supo quiénes eran los invitados, el cumpleañero (el alcaldito) solo quería festejar como si fuera la ultima de sus celebraciones y deseaba ver raza por todos lados, comida para todos y bebida para quien quisiera, al cabo que el dinero no era la mayor preocupación, sería ajeno.

Los organizadores fueron muchos, de hecho, en la planeación de la fiesta se consideraron los nuevos invitados y los que serían desinvitados, sin importar si eran importantes o no, útiles o no.


La casa por la ventana


Como el dinero era ajeno, la pachanga tuvo de todo, taquito, traguito y ruidito como dijera Layin, el ex alcalde nayarita que dijo públicamente que había robado “poquito” y que ahora es prófugo de la justicia federal.


Los hijos del cumpleañero serían los organizadores principales del festejo, al parecer son quienes tenían acceso al recurso con el que adornarían el lugar, con el que contratarían a los artistas y comprarían todo lo necesario para que los invitados se sintieran en casa, bien tratados y bien bebidos, para entonces se corrieron las invitaciones y muchos llegaron a tiempo, saludaron al festejado y se tomaron fotos, el principio fue todo algarabía y felicidad porque aquello prometía ser épico, diferente y cambiaría la historia de las fiestas; cumplida la primera hora de la fiesta, la cena no llegó, los traguitos que se habían imaginado ostentosos y de buen gusto terminaron siendo cervecitas calientes, contaditas para no pasarse, parecía triste pero había que esperar la cena para que todo cambiara, en la demora la música arrancó, se partió la sala y se dividieron los invitados, algunos escucharon en privado a los mejores músicos y otros escuchaban a la distancia el escándalo de una celebración pública que había sido dividida en partes porque se separaron los invitados a razón de quién sabe qué.


El festejado llegó temprano a tomarse fotos y poner su cara de menso, no supo cuánto costó la fiesta ni cómo se organizó pero sabe que puede ser su última y no le importaría, lo disfrutaría sin importar nada, incluso las críticas.


En la mesa del fondo, en lo oscuro, estaban sentados los hijos del festejado, comiendo como reyes y bebiendo en vasos desechables, estuvieron siempre preparados para argumentar que ellos solo iban de “invitados” y que se irían antes de terminar la fiesta, incluso antes de pagar la cena, la bebida y la música.


Con el correr de las horas aquello se tornó un infierno, los cocineros reclamaban su pago, los músicos detuvieron el ruidito porque solo les pagaron la mitad y les prometieron liquidarles después, algún día; ya nadie bebió, los centros de mesa se los robaron antes de terminar la fiesta y por algún motivo, el festejado fue advertido de que debía deshacerse de la mitad de los invitados antes de terminar la celebración.


Los hijos del alcaldito ya anunciaban sus próximas fiestas pero ya nadie cedió a celebrarles la invitación adelantada, nadie los acompañaría por el mal sabor de boca con la fiesta del alcaldito, todo sería feo y nadie accedería a seguirles el juego.

La fiesta fue épica pero por la fallida organización, porque se robaron el dinero de los pagos para cubrir la cena de todos, la bebida de todos y la celebración que alguien más pagó.


Los hijos se emborracharon, se pelearon y se divirtieron, le midieron al dinero y después todo fue más claro, sus bebidas para llevar fueron para largarse sin pagar, con el dinero de la cena, de los músicos y de las bebidas que incluso ellos pidieron para tomarse en otro lado.

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